No había sensación para describir lo que sentía mientras lo veía dormir...
más que una cálida sensación... sentir su brazo rodeando mi cuello y su mano sobre mi vientre;
era...una sensación divina de paz.
El sentir su respiración en mi cuello;
el verlo de esa forma, atoraba toda palabra que quisiese salir de mi boca en lo profundo de mi corazón,
y de ellas sólo se manifestaba una sonrisa.
Y cuando él me sentia así, tan callada y reservada, intentaba descubrir aquellos pensamientos que rondaban mi ser...
y no sabía que simplemente era yo la que los intentaba de sacar,
porque estaba viviendo un tiempo perfecto, no deseaba que nada ni nadie lo destruyera.
En esos momentos, mientras lo miraba fijamente, fascinada
mientras él intentaba escapar de mi indagadora mirada,
desee con todas las fuerzas desde lo más profundo de mi ser que nunca acabase;
aquel paraíso de cuatro paredes pequeño, caluroso y oscuro,
pero con la persona que hacía que todo el resto no importase...que mi día se resumiese a verlo para poder sentirme bien...
Me convirtió en un ser más frágil, temeroso y a la vez, fuerte y valiente;
mezclaba esa simpatía con la que trataba a todos,
con la picardía que yo veía en su rostro cuando llegaba a nuestro paraíso.
Esa seriedad correcta de adulto implacable
con esa dulzura arrolladora que vemos en los niños pequeños.
No me costo mucho saber que el me atraparía en sus redes,
lo supe desde el día en que... mientras corría para verlo al menos unos minutos,
me di cuenta del esfuerzo que yo ponía para verlo,
esfuerzo que no había tenido por nadie antes...
Ese enorme deseo de verlo, a pesar de todo;
dejando cosas de lado...ganandome nuevos y problematicos momentos.
Pero algo en mi interior me impedía negarme,
yo no deseaba parar de correr hasta encontrarlo.
Y lo encontré...
y fue ese día el que marcó uno de los tiempos más placenteros que viví,
sin pena ni arrepentimientos,
aunque ahora ya no estes conmigo...
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